6 de mayo de 2009

ESTA VA POR TI, FANI

Fani acerca las fotos a su cara exageradamente. Tuerce la cabeza de un modo extraño en un intento por verlas mejor, con el ojo izquierdo, el menos afectado por esa especie de cataratas que tanto disminuyen su visión.


- Son muy bonitas- dice.
- Las hice en la playa la última vez que estuve- le explica Paco.
- Yo también fui a la playa el otro día.
Paco mira a Eva, la hermana de Fani.
- El verano pasado- sonríe con un gesto de complicidad.
Paco asiente con los ojos.
- ¿Y te lo pasaste bien?
- Sí. Eva me regaló una pulsera de conchas.
- La próxima vez que yo vaya, te traeré una, si quieres.
- Vale. Pero me gustan más las de hilos.
- Pues de hilos, entonces.

A Fani se le ilumina la cara con sólo imaginar su nueva pulsera. Paco se alegra de haberle arrancado aquella sonrisa una vez más. Eva y él son amigos desde la facultad y, cada vez que viene a recogerla, sube a hacerle una visita a Fani. Se ríe mucho con ella.
Lola, la madre de Fani, entra en la sala de estar.
- ¿Qué tal, cielo?
- Bien. Paco me va a traer una pulsera como las que vendían en el puesto del mercadillo.
- ¿Sí, hija? ¿Y le has dado las gracias?- le pregunta. Y bajando la voz, se vuelve hacia Paco.- No hace falta que te molestes. Se le antojan las cosas que ve en el mercadillo de Navalafuente.- Y, casi en un susurro, continúa- Se vuelve loca por ir al pueblo, pero claro, con todos los problemas que nos monta, ya sabes.
- Sí, sí- Paco está visiblemente nervioso. Sabe de sobra que Fani lo entiende todo y no comprende por qué su propia madre se comporta así. Su hermana ha ido a buscar el abrigo y él no encuentra ninguna de las respuestas tajantes que Eva acostumbra a darle a su madre en estos casos.

Fani nació con un retraso mental de nombre desconocido. Ahora tiene 22 años, aunque no los aparenta. En los últimos seis o siete, su cuerpo de formas generosas no ha experimentado grandes cambios. Sólo se ha ido consumiendo lentamente. Los innumerables doctores que la han tratado durante todo este tiempo quedan desconcertados cada vez que tienen que explicar a sus padres qué le ocurre a Fani. El médico de la familia, intentando quitarle hierro al asunto, siempre llama a la enfermedad el "Síndrome de Estefanía".
En un primer momento, creyeron que sería únicamente retraso mental. Lola se había quedado embarazada muy mayor y estos casos son muy comunes, dijeron. La niña no presentaba evidencias físicas de ninguna enfermedad psicopatológica. Así que tras el duro choque emocional, se la llevaron a casa. A los cuatro días llegaron a urgencias junto a su bebé con 39 de fiebre. Les dijeron que Fani no era capaz de transpirar y sólo podía eliminar calor de esa manera. Eso fue el principio de un infierno de sorpresas, dudas y especialistas.
Además de no poder sudar, Fani no tenía sensibilidad en la piel. Ni al dolor, ni a la temperatura, ni a los sabores. Cuando se negaba a comer, se tiraba al suelo, lloraba y pegaba patadas a su madre. Nada de lo que le dijeran servía, así que acababa haciéndose heridas por todo el cuerpo. Incluso un detalle de poca importancia para las demás personas, como morderse las uñas, acabó por destrozar sus dedos, dejándolos raídos como muñones. Eso sin mencionar que su capacidad de cicatrización era más lenta de lo normal y de peores resultados. Después vinieron las manchas en los ojos, que empezaban como un puntito blanco en la pupila y seguían desbordando el iris, hasta que prácticamente no veía nada y tenía que pasar por quirófano una vez más. Quirófanos. Su familia perdió la cuenta de las operaciones de Fani.
La peor de todas duró siete horas y media. Un día se cayó al bajarse del autobús del colegio.
- ¿Te has hecho daño?- le preguntaron los encargados de cuidarla.
Y no, claro, no se había hecho daño. Fani nunca se hacía daño. Al cabo de unas semanas, su padre se dio cuenta de que arrastraba un poco una pierna. Cuando Eva la ayudó a ducharse esa noche, le descubrió un bulto en la espalda. Era una vértebra fuera de sitio. La intervención quirúrgica atrajo a especialistas de todo el país. Dos de los médicos que la presenciaron tuvieron que abandonar la sala porque, dijeron, no podían soportar la visión de los hierros que estaban introduciendo sus colegas en la columna de Fani. El resultado fue una silla de ruedas y un "No sabemos si volverá andar".
El último percance sucedió otra de las veces que estaba internada en el hospital. El enfermero que iba a bañarla cerró el grifo, la cogió en brazos y la metió en el agua.
- ¿Está muy caliente para ti?- preguntó.
Por supuesto que no. El agua no estaba demasiado caliente. No según Fani. Pero las consecuencias se llamaron quemaduras de tercer grado. Tuvieron que injertarle piel de los brazos en las piernas.
Enfermedades sin nombre, errores que no tienen nombre. Y no hay marcha atrás. Hoy por hoy, Fani ya no es una niña tan difícil como al principio. Ninguno de sus males ha desaparecido, pero algunos de ellos se han suavizado, como la falta de sentido del gusto. Ahora ya sabe qué comidas le apetecen. Siempre y cuando se las dé su hermana.
Eva es la persona más cercana a Fani. Desde bien pequeña, le hacía más caso a ella que a su madre. Para levantarse, para comer, para vestirse, para ir al colegio. Eso fue un problema también. Los primeros años, la llevaron a centros para niños que padecían Síndrome de Down, autismo y otro montón de términos ininteligibles para ellos. Fani se negaba a ir. Se comportaba de forma introvertida y silenciosa. Además, no experimentaba ningún avance intelectual. Eva se hartó de discutir con sus padres que aquellos colegios no eran apropiados para su hermana y un día les convenció. Actualmente, Fani sabe leer y escribir a un nivel elemental, realiza operaciones aritméticas sencillas y razona con cierta dosis de lógica. Pero lo más importante es que considera a su profesora particular su mejor amiga y al Centro de Educación Especial en el que se encuentra como su segunda casa.



- ¿Tienes el disco de Pedro Guerra?- Fani se dirige a Paco con un gesto de esperanza en los ojos.
- Yo no, pero una amiga mía sí.
- ¿Me lo grabas?
- Claro.

A Fani le encanta la música. Además, siempre está al día de los últimos discos de sus grupos preferidos. Sus favoritas son las canciones con mucho ritmo, pero cuando alguien le pregunta qué cantante le gusta más, invariablemente responde:
- Los guapos.
Y se echa a reir entre pícara y vergonzosa. Esa expresión, tan suya, se mezcla con los rasgos de su cara. Un rictus peculiar en su boca denota que algo en su rostro o en su interior no va bien.

- ¿Nos vamos, Paco?- Eva reaparece con el abrigo.
- Bueno, preciosa, -dice Paco- otro día vengo a verte. Y tenemos pendiente ir al cine los tres. Me lo prometiste, ¿te acuerdas?
- Sí. ¿Podemos ir a ver "Pocahontas"?
- ¡Claro! La que tú quieras.
- Venga, hija, déjales, que se tienen que ir- Lola interrumpe, azorada.
- No te preocupes, llegamos de sobra- apunta Eva.
- Bueno, pero también nosotras nos vamos. ¿Te apetece dar una vuelta por el parque, Estefanía? - Vale. Y me pongo el jersey que me regaló la tía Cristina para Reyes.
Paco se echa a reir.
- ¡Serás coqueta! Dame un beso, anda. Hasta otro día.

Cuando se van, ellas empiezan a arreglarse. La tarea les lleva un buen rato, pero al fin están preparadas para salir. El portero las saluda.
- Deje, señora, ya la ayudo yo. Esa silla pesa mucho para usted. Qué mayor te has hecho, ¿eh, bonita?
Fani da un grito de júbilo y señala hacia la acera. Su madre sigue el dedo con la vista.
- ¡Hola, cuñada!
- ¡Fani!- se acerca y la abraza. Después da un beso a Lola- ¿Dónde vais?
- Al parque- y Fani se coge la manga del jersey- Mira.
- ¡Anda! Te has puesto el jersey que te regalé.
- Sí, claro- interviene Lola con aire de resignación- Dirás que no se lo quita. Lo quiere llevar a todas partes.- Baja la voz una vez más- Y ya sabes, con lo cabezota que es, cualquiera le dice nada.
- Bueno, bueno- Cristina interrumpe y dirige a su cuñada una severa mirada de reproche- Eso es que te gusta mucho, ¿no, cariño? Vamos, os acompaño al parque.
Al llegar al parque, un perro se acerca a la silla y se pone a dar vueltas alrededor de Fani. Lo acaricia y el perro empieza a jugar con ella. Al momento entra en escena su dueño, un adolescente, y le silba unos metros más allá.
- ¿Cómo se llama?- le grita Fani.
- Homer.
- ¿Me puedo pasear con él? Esta es la silla buena, la que corre. No se me cansan las manos.
El chaval la mira de arriba a abajo, sin acercarse, y contesta:
- No, lo siento, tengo mucha prisa. Homer, ven.

Fani observa cómo ambos se alejan unos metros y el chico le lanza al perro una pelota. Cuando se cansa de mirarles jugar, pulsa el botón de retroceso de la silla, se acerca a su madre y le pide su mochila. Vuelve a activar el motor hasta llegar a una sombra, se pone los walkman y empieza a mover la cabeza rítmicamente.
En ese instante en que Fani no puede oirlas, Cristina deja a medias la frase superficial que estaba pronunciando y, contemplándola, dice:
- Cómo le brilla el pelo. Y esos colores le van muy bien a la cara, no sé por qué te has puesto así antes.
Lola la mira sorprendida.
- Mujer, es que es una niña muy tozuda.
- Ya, bueno, pero lo que no puedes hacer es hablar delante de ella como si no estuviera delante. Parece que no la conocieras.
- No me vengas con ésas. Cómo no la voy a conocer. Es lo que más quiero en el mundo.
- Sí, dicen que a estos niños siempre se les quiere más. Pero ése no es el tema, no creo que nadie que la conozca opine lo contrario. Es mi sobrina preferida, pero qué te voy a contar a ti. Lo que digo es que no la tratas con ningún tacto.
- ¿Tacto? Vamos, no creo que encuentres a nadie con tanta paciencia como yo.
- Pues sin ir más lejos, Eva. ¿Nunca te has preguntado por qué le hace más caso a ella?
- Eva, Eva, la que la ha criado soy yo.
- Hombre, Lola, le lleva trece años. Yo creo que ha estado presente en su educación casi tanto como tú. Y en el tema de los colegios…
- Cuñada, cuñada, que te estás pasando. Lo del colegio ya lo hemos hablado muchas veces y Manuel y yo reconocimos que nos habíamos equivocado. Pero no me dirás que en el día a día lo hago tan mal.
- Lola, perdona si me meto donde no me llaman. Yo no digo que no la quieras ni que no la eduques bien. Sólo pienso que deberiais tener los dos un poco más de mano izquierda. Para mí, la única que entiende un poco de psicología es Eva.
-¿Pero qué psicología? ¿Tú te crees que Fani se entera de algo de lo que hablamos? Cuando digo algo un poco así, lo digo bajito por si acaso. Pero no lo entiende. Bastante desgracia es…
- ¿Ves? A esa actitud me refiero. Me impresiona que no te hayas dado cuenta de lo lista que es esta niña. Es perfectamente consciente de que no es normal y todo lo que hagáis o digáis al respecto, a la fuerza le tiene que doler.
- ¡Venga ya! Ella qué va a saber. Si vive en su mundo, tan feliz.

Cristina mira a Fani. Sigue bailoteando, ajena a su conversación. Se vuelve hacia su cuñada, toma aire y le suelta:
- Lola, hace años que debería haberte contado una cosa y nunca lo hice.
- ¡No me asustes ¿Con qué me vas a salir?¿Y dices que hace años?¿Por qué?
- Porque me pareció que ya habíais sufrido bastante y no necesitábais más. Lo que me da pena es que en todo este tiempo no os hayáis dado cuenta de hasta dónde puede llegar vuestra hija.
- ¡Me estás poniendo nerviosa!
- ¿Te acuerdas de la última vez que Fani estuvo en la UVI y que a última hora llegué yo? Manolo se había bajado a tomar un café y sólo quedabas tú, que llevabas dos días sin dormir. Le pedí permiso a la enfermera para sustituirte y me dejaron entrar.
- Sí, ya me acuerdo, me fui a casa porque no podía más.
- Eso. Pues me senté al lado de la cama y le cogí la mano. Parecía muy débil, pero giró la cabeza hacia mí. La medicación la tenía medio atontada, como cuando estás medio dormida y las frases no te salen muy coherentes.
- Sí, sí, ¿qué pasó?
- Me miró un rato largo y de repente empezó a llorar muy despacio, en silencio. Intenté consolarla y entonces me dijo: “¿Por qué todos me decís que me voy a curar pronto? Lo que yo tendría que hacer es morirme”. Me dejó impresionada. Le costaba hablar, pero siguió: “¿Qué hago yo aquí? Sólo sirvo para molestar y todos lloráis por mi culpa. Si yo no voy a crecer más, ¿por qué no me muero ya?”
Se hace un silencio denso. La mirada de Cristina deja de vagar entre sus manos y se posa en los ojos de Lola. Están a punto de reventar, no se sabe muy bien si por la acumulación de lágrimas o por el impacto que aquellas palabras le han producido. Se levanta temblorosa y, sin mediar palabra, le da un beso en la frente a Fani. Ésta la mira, sonríe y dice, demasiado alto debido a los cascos:
- Han dicho en la radio que El Último de la Fila va a hacer un concierto. Tenemos que decírselo a Eva, ¿vale, mami?


***
Este texto tiene muchos años y ya sé que no está bien escrito. Pero ahora que Fani ya no está, le debía una. Hasta pronto, morenaza.

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