13 de febrero de 2009

PROPOSICIONES EN UN TREN

Estoy en un tren de vuelta de Valencia.

Después de un tremendo madrugón, me he pateado la ciudad, visitado a 3 clientes y almorzado con uno de nuestros accionistas más reivindicativos. La negociación ya se había caldeado antes de llegar al postre y se estaba cerrando con la última gota de un Ribera delicioso, así que he llegado a la Estación justo para ver como el logotipo 'Alta Velocidad' se alejaba por la vía 2. En definitiva, hasta hace diez minutos había tenido un día agotador que culminaba con un taxista estresado, una carrera trolley en mano y mi cara de pasmada en el andén.


Una hora y dos cafés mas tarde, he conseguido meterme en el siguiente, aun a costa de perderme la clase de Pilates, pero agradeciendo al universo poder al menos dormir en casa. Llegada a mi vagón, he colocado el ordenador, maletín, bolso, abrigo y bufanda en el portaequipajes mientras le dirigía una sonrisa educada a un tipo negro que hablaba francés en la fila de detrás. Y entonces me he desplomado en el asiento, dispuesta a sumergirme en el más absoluto vacío mental gracias a mi mp3 y una butterfly pillow.

Pero cuando estaba a punto de empezar a cabecear, me han tocado sutilmente el hombro desde atrás y me he girado para encontrarme al tipo negro, atractivo donde los haya, mostrándome una dentadura perfecta y preguntándome con acento delicadísimo:
- Te puedo invitar a un café?
- No, gracias, estoy bien así.
- Pues entonces podrías sentarte a mi lado y conversamos un rato.
- No, gracias, voy a trabajar con el portátil.
- Vale, pues cuando acabes me encantaría que me dieras tu número y otro día quizás...
He tenido que recurrir a la TDMFEM (Técnica Disuasoria de Máxima Facilidad y Explicaciones Mínimas), que había caído en desuso tras la pubertad, cuando aprendí a defenderme con otras herramientas de mujer adulta. Pero es que no he encontrado otro modo de negarme sin ofender a este guapito de rasgos tiernos:
- Te lo agradezco de verdad, pero es que estoy comprometida.
(...) Ha manejado con elegancia un segundo de silencio, me ha vuelto a enseñar esos dientes tan blancos, ha bajado la mirada y ha susurrado:
- Qué afortunado. Mil perdones si te he importunado.
Se ha vuelto a reclinar en su butaca y me ha dejado halagada y nerviosita perdida, saboreando el eco de su voz (para entenderme mejor, léase todo lo anterior con ese toque de qué afogtunadó, mil pegdonés si te he impogtunadó)


Decía el otro día que viajar por curro me da más pereza cada vez, pero a cambio estos episodios le suben la autoestima a cualquiera. Se me han olvidado de repente mis ojeras hasta los pies, las arrugas de la falda, la hartura de tacones e incluso el dolorcillo intermitente en las sienes. Y aquí estoy, croniqueando como puedo en este miniteclado, ruborizada y muy quieta, oyendo de fondo una voz grave que sigue deleitando en francés a alguien al otro lado de su móvil. Quizá él también esté disimulando, como yo. Restándole importancia a las calabazas, con un tono excesivamente dicharachero, mientras yo me hago la concentrada queriendo aparentar que mi gozo responde a algún correo electrónico casual.

Si sigue con ese ritmo de teléfono, al menos el repaso lingüístico lo tengo asegurado durante las próximas tres horas. Y también el desconcierto de que me siga mirando de reojo a través de la ventanilla común. Con lo crecidita que ya es una, esta tonta turbación adolescente tiene su gracia, lo digo en serio. Se lo voy a tener que contar a David en cuanto llegue a casa para reírnos los dos.

3 comentarios:

  1. Estupenda crónica. ¿Qué pasa, creías que habías perdido tu encanto?.Claro que tiene su punto...

    ResponderEliminar
  2. Qué bien tenerte por aquí, Ana!!! Bienvenida a mis desvaríos. Y gracias por mantener alta mi moral de mujer adulta :-DDD

    Y a ti, Luis, te invitaré a una caña por no contárselo al Deivid ;-)

    ResponderEliminar

(Deja tu loncha):