Dicen que soy comercial, pero hace ya un tiempo que no me siento a gusto dentro de esa camisa. Así que voy a lanzarme a buscar mi camino entre idiomas. La comunicación desde Babel tiene mil posibilidades de mejorarse y quizás pueda echarle una mano al mundo... o el mundo a mí.
La cuestión es que llevo media vida dedicándome a lo que, al
parecer, mejor sé hacer. Y de repente, a mis 34, me despierto un día y me
pregunto qué hago aquí realmente. Y me pongo a indagar en todas las webs de
autoayuda, a bucear en las decenas de libros de crecimiento interior que han
ido apareciendo por casa, a bombardear a los amigos en plena crisis de los
cuarenta… Y nada. Ya sabemos que estas menudencias nos pueden llevar toda una
existencia (o varias).
Y entonces se me ocurre que las respuestas interesantes requieren preguntas bien enfocadas. Así que quizá no se trate de buscar inmediatamente otro trabajo, sino de averiguar para qué sirvo y qué quiero conseguir de ahora en adelante. No puedo empezar a caminar sin saber hacia dónde debo dirigir mis pasos.
Las respuestas a veces llegan con un envoltorio imprevisible.
Una amiga reciente, muy reciente aunque re-conocida, me sugiere una tarde que
dé salida a mi creatividad con alguna actividad artística, porque el bloqueo
creador no me permite escuchar a mi intuición. Le digo que no, que lo de la
creación no va conmigo, que no se me da bien nada artístico. Aunque bueno,
pensándolo bien, bailar siempre me ha gustado y no se me da nada mal, será por
el buen oído, ése que me echa un cable también con los idiomas. Y me dice que
entonces me apunte a alguna clase de salsa, o algo que me vuelva loca, que me
haga vibrar. Y pensando en otras cosas que me apasionen, de pronto me doy
cuenta de que la escritura tampoco me abandona, aunque yo no me quiera enterar,
aunque no considere literatura mis textos, aunque hace siglos abandonase el
Taller de Escritura de Madrid por motivos laborales, aunque me resista a dar
voz a esos seres imaginarios que me rodean cuando menos me lo espero…
Vaya. A escribir y a bailar. A ver si reajusto la máquina de hacer preguntas y de ese modo me llegan más pistas.
“¡Vaya lujazo haber tenido ese montón de compañeros que ahora
escribe profesionalmente! Si ya sabía yo que no todos lo vivíamos como una
aventura literaria, a más de uno se le quedaba pequeña la clase...
Yo sigo en el intento de “alejarme” para que mis textos no
circunden mi ombligo (todavía te agradezco el consejo, Enrique). Pero aunque no
terminé de aplicarme esa lección, sí tuve una experiencia mucho más
enriquecedora, la de aterrizar entre un manojo de personas inimaginablemente
variopintas que compartían sin pudor sus entrañas. No sé si me impactó más: a)
saber que leeríamos nuestros propios relatos, b) escuchar -por primera vez-
críticas sin tapujos, o c) entender que en la escritura definitivamente no hay
fronteras, que puede unir a mentes tan tan tan diferentes… antes incluso de
bajar a La Musa ;-) Supongo que esas cañas nos ayudaban a asimilar, por
ejemplo, que era realmente aquella niña rubia y menudita quien acababa de sacarnos
a todos de contexto con un cuento erótico. La misma que en el bar volvió a
esconderse tras sus gafas de tímida y pidió un mosto sin atreverse a mirar al
camarero. Está claro que en nuestro interior también habitan varios personajes.
Sin duda lo que me enganchó, como siempre, fue encontrar otros
seres en los que reflejarme. Para aprender más. Eso quizá no forme parte de la
literatura, pero es un valioso regalo.
Gracias a un magnífico profesor. Y gracias a vosotros, espejos
vivientes.”
La primera vez que escribí algo que no fueran deberes escolares
o cartas a amigos distantes tenía 16 años y un chico a quien reprocharle que no
se decidiera a besarme. Al cabo de unas semanas acabó haciéndolo, pero por
supuesto, nunca se lo dejé leer. Desde entonces, os podéis imaginar la de cosas
que han podido salir de esta excéntrica cabeza. Pero casi ninguna con calidad
literaria, ni argumento elaborado. Quizá sí con profundidad o estética, pero
eso no lo es todo, así que aquí estoy. De vuelta al Taller.
Mi trabajo actual me obliga a viajar. Eso es un poco regular
para entrenar una disciplina literaria, pero a cambio se trata de una fuente increíble
de inspiración. A veces me da por escribir en los hoteles o tomando un café al
salir de una reunión con algún cliente. Si hay una idea pujando por salir y no
tengo cerca una mesita plegable de las de avión, acabo insertando pensamientos
inconexos en la grabadora del móvil. Pero si puedo elegir, desde luego la magia
me la dan una pluma y un cuaderno. En cualquiera de los casos, tengo que
esperar a mi vuelta, deshacer la maleta, volver al tajo, sacar un hueco para
pasarlo al mundo electrónico y por último darle forma, así que me lleva su
tiempo. Pero lo importante es seguir intentándolo, aunque sea “a mi bolilla”,
como dice el gran Enrique.
Quiero escribir. Y voy a escribir. Cueste lo que cueste.
«A escribir y a bailar» suena muy bien :-)
ResponderEliminarDeberíamos quedar todos los que escribimos a bailar un día de estos (cuando vuelva yo por aquí ¿eh?, que si no, me va a dar envidia).
Besos.
Of course!!! Todos los que escribimos... e incluso aceptamos a quien se apunte, aunque no escriba!!! Yo con tal de bailar...
ResponderEliminarDiles, diles a los colisteros...
Pero eso sí, te esperamos, que tú eres muy marchosa :-)